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jueves, 4 de marzo de 2010

El café de la estación

...rincones, islas pobladas de silencios, mesas vacías, contrastaban con los jardines que bordeaban el café.
Desde el ventanal,  recorría la trama de las enredaderas que, caprichosamente lo decoraban. Ramilletes de jazmines y madreselvas dejaban un delicioso aroma.
Noelia cerró los ojos y respiró profundo,  mientras aguardaba inquieta sentada en la barra del café... el crujido de las ruedas del tren, en el andén de enfrente, la despertó.
Esteban estaba frente a ella observándola tiernamente...el abrazo llegó pronto, tembloroso y cálido.
Entonces ya no hubo distancias ni ausencias... el tiempo se detuvo en ese mismo instante...
Cruzaron la plaza tapizada de flores de los jacarandaes añosos  entre el bullicioso griterío de niños disfrutando de sus  juegos.
La  lluvia  de las casuarinas empapaba sus rostros, Noelia sentía que estaba besando al amor de su vida... El corazón de Esteban latía al compás de un sinfin de trinos mientras su boca saboreaba el panal  deseado...

Noche mágica de Abril como el abrazo del reencuentro. Las miradas cómplices y sus manos entrelazadas expresaron un lenguaje singular: el de dos seres que se amarían apasionadamente, más allá del tiempo y del espacio. Noche única iluminada por una pícara luna testigo de dulces besos.
Noelia y Esteban, chocaron sus copas burbujeantes, en ese instante,  el universo les regalaba un capullo de sueños devenido en luz derramada sobre sus cuerpos. Un puente los unió hasta el infinito de sus almas.
Se habían conocido en un congreso sobre bioética y trabajo social, pocas palabras y un abrazo bastaron para darse cuenta que habían estado buscándose desde siempre. Eran para sí
la posada añorada.
Sin embargo el momento de la despedida llegó con prisa, en pocas horas  Esteban abordaría el avión que lo conducía a Lyon, allí lo aguardaba su familia.
Deseaban detener el tiempo mientras se abrazaban pero el tic tac de las horas marcó sus rumbos poniéndolos de espalda. Un océano los separó, sin saber hasta cuándo volverían a verse.

Elida Isabel Gimenez Toscanini

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