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lunes, 4 de octubre de 2010

JULIA

http://youtu.be/CZ_xL3GusHw


UN HOSTAL JUNTO AL LAGO

La tarde languidecía mientras el sol jugaba a las escondidas escurriendo sus últimos rayos detrás del pinar. Esos añosos árboles, se erguían magestuosos al costado del camino de lajas que serpenteaba hasta el hermoso portón de roble del acogedor hostal construido frente al lago.
Desde la ventana entreabierta, Julia percibía la brisa que rozaba su piel. Sus pupilas recorrían  la inconmensurable geografía en la que transcurrió la mayor parte de su vida.  ¡Cuántos atardeceres compartidos  junto a Emilia, su compañera infatigable. Acostumbraban hacer largas cabalgatas campestres hasta que las sorprendía el anochecer. A pesar de los años transcurridos desde que había partido para siempre, Julia la evocaba en todos y cada uno de los detalles cotidianos. El fallecimiento de sus padres siendo una pequeña niña , convirtió a Emilia en su ángel guardián. Aunque sobresalía por su firme carácter, fue una mujer cariñosa  y amable que supo  transmitirle sus bellos sentimientos y valores.
Julia creció en un ambiente feliz, un hogar singular no sólo  por todo lo bonito que lo rodeaba, sino también por la ternura y la alegría que prodigaba su abuela. A una excelente educación se sumaba su amplia capacidad para relacionarse con cuanta persona conocía, a ello contribuyeron  la riqueza cultural y espiritual de sus abuelos y también el haberse criado siempre rodeada de personas de diferentes culturas y niveles socio-económicos.
La posada era una estancia muy apreciada por todos aquellos que buscaban recrearse y a la vez respirar el sosiego que de allí emanaba.
Giró el cuerpo y dando la espalda a ese inmenso espejo de aguas azules, Julia posó su mirada en el antiguo sillón donde antaño reposaba la abuela mientras tejía o leía la amplia colección de Marcel Proust: "En busca del tiempo perdido" o "En busca del tiempo recobrado", una de sus tantas obras predilectas. 
Recordó aquella tarde de primavera cuando entretenidas por los relatos de María, su ama de llaves, estallaban a carcajadas mientras disfrutaban un exquisito té de frutos rojos con torta casera de chocolate y nuez.  El aroma de los jazmines  trepados en las glorietas, traía como una película retrospectiva, pequeños y grandes encuentros familiares. Entonces era feliz!
 Si bien la desilusión se avecinaba, desde que las cartas de Ariel se tornaron cada vez más breves y espaciadas, ella soñaba con el regreso definitivo del hombre que amaba.
La dura realidad se encargó de romper el torbellino de ilusiones que estremecía su corazón enamorado. 
Sumergida en  hondas remenbranzas, escuchaba nostálgicamente a Emilia cuando le decía:
- Julia, despierta, ese hombre sólo quiere entretenerse con vos. Eres joven, culta, sumamente atractiva, y algo más que a él se le escapa, tu corazón y tu alma son  de cristal. 
- Abuela, ese hombre se llama Ariel, él me ama. 
- Puede ser pero no en la forma que tú te lo mereces, con la intensidad que un hombre fiel y apasionado lo haría.
- Me dijo que ya había hablado con su abogado para iniciar los trámites y agilizar su regreso desde Roma.
- ¡No se rompe un vínculo de tantos años, sólo con un simple trámite!
Ay ay ay!, cómo evitar que te haga pedazos el corazón.
- Abuela,exageras, eres tan desconfiada y sobreprotectora. Él me ama, estoy segura de ello.
-Ojalá que te intuición no te traicione. Esperemos que el tiempo vaya marcando el rumbo...
Y los días fueron transcurriendo tan lentamente como las llamadas y las cartas se fueron alejando.Se abrió un silencio insondable como el mar que los separaba.
Julia decidió realizar un largo viaje. Necesitaba tomarse vacaciones, ordenar los pensamientos y, más aún sosegar sus emociones antes de enfrentarse al desenlace  anunciado...
El sol se ocultaba lentamente dibujando el perfil de las imponentes montañas erigidas alrededor del valle. A pesar de la distancia, Ariel podía distinguir el parque prolijamente diseñado, cuya belleza reflejaban las tranquilas aguas del lago. El antiguo casco con sus tejuelas rojas asentado en él, apareció al enderezarse el camino que atravesaba con su auto.
La familiaridad del paisaje y de las fragancias, trajeron con  el viento inolvidables momentos: añoraba la tibieza de Julia recostada en su pecho susurrándole palabras de amor, las noches de luna llena, mientras contemplaban sus destellos derramados en el lago.
A pesar del abismo marcado por los años de la ausencia, permanecían en el corazón de Ariel los momentos vividos junto a Julia. La amaba profundamente.
Respiraba a diario el olor de su piel, saboreaba aún la miel de sus labios y en las largas noches solitarias, sentía el calor de sus abrazos.
Entonando una vieja canción blusera que bailaron el último verano compartido, marchaba feliz hacia el  encuentro deseado.
Estacionó su auto frente a la antigua casona, y caminó apresurado hasta el portal de entrada. Lo aguardaban María y Ernesto, los tíos de Julia que atendían el hostal. 
La ausencia de Julia, el rostro desencajado de María y la mueca de amargura dibujada en él, anunciaban a Ariel una  verdad dolorosa e inesperada.
- ¡Ariel, cuántos años han pasado! entre usted- dijo Ernesto tomando sus maletas.
- ¡Porqué  tardó tanto en volver!  ¡ Pobrecita nuestra Julia, no soportó más la  espera!- sentenció María.
Se abrazaron y lloraron juntos largo rato.
No hacía falta preguntar. Los gestos hablaban por sí solos. 
¡Julia no estaba allí, extrañó tristemente, la cálida sonrisa de bienvenida, ese abrazo suyo que le colmaba el alma!
Una noche plena de luna, se había quedado dormida en el mismo sillón donde Emilia la acunaba siendo niña.
Ariel supo que al amanecer,  ya no la tendría acurrucada en sus brazos. 
Fijó la  mirada, buscándola en la estrella más brillante que otrora fue testigo de tantos besos y, extendiendo al cielo  su manos vacías, lloró amargamente.

ELIDA ISABEL GIMENEZ TOSCANINI