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sábado, 25 de octubre de 2014

Desvelo


Camino en el silencio
de la noche ardiente,
dejando en cada  paso,
el rastro indeleble
de mis pies desnudos
Un soplo de brisa
roza mis mejillas
y refresca
a mi boca
Los árboles en eco
menean  sus ramas,
mi alma, trémula
provoca mis sentidos
Acaso son caricias
que guardas
en tus manos,
y vuelan con ansias
de suspiros
O tal vez 
sea  un   beso
incontenible,
despechado
que en  tu boca
ha desbordado
hasta  mi boca,
y al fin,
tanto derroche 
de amor,
a ti te despertó
y a mí me desveló
¿Dime, sólo dime
esta noche,
 qué pasó?
 Elida Isabel Gimenez Toscanini







domingo, 30 de marzo de 2014

Glicinas I



Desde el inmenso ventanal observo satisfecha, una hermosa glorieta tupida de glicinas. Sus bellos racimos liláceos, impregnan el aire de un delicioso aroma, saciándome de placer .
Evoco al verla una querencia de mi infancia, extasiada por sus colores y las fragancias inolvidables del añejo y apacible paisaje, comienzo a buscar a la niña que fui hasta encontrarla. Ella me aguarda siempre en los recovecos de  mi alma.
Entonces, de su mano me voy hasta el patio de la abuela.
Regreso a las tardes que pasaba junto a ella, desbordantes de ternura, el horno de barro, el delicioso pan y sus enormes rodajas que  rebanaba una a una, apoyándolo aún tibio, sobre su pecho robusto, para untarlo luego, con la manteca elaborada por sus manos laboriosas y tan suaves. 
Desgranaba vorazmente en la boca, la generosa porción, para  saciar ampliamente mi apetito de niña inquieta.
Entonces, yo era inmensamente feliz, corriendo los pasillos o  ensimismada en  mis juegos inventados.
Aquel era un mágico palacio real. Mi abuela, mi reina, el  hada madrina que llenaba de alegría y ternura los días del ayer. Yo, su princesa más mimada, remoloneando caricias día a día, despatarrada entre sus brazos cálidos.
La casa de la abuela, aquél patio, más al fondo, su horno de barro, los olores y colores que pintaban su maravilloso jardín, todo ese cuadro, su regazo y aquellos ojos que me miraban con picardía, profundamente tiernos en los que yo me sumergía sin miedo, buceando ávida de amor, están tan grabados, que habitan eternos en la memoria de mi ser. Sus bellos ojos, del color del mar, cada una de esas pequeñas cosas, pinceladas, instantes, son  huellas que permanecen intactas y  fueron sin duda,  mi remanso predilecto.
Yo sé que en los sueños me marcho, buscando a la pequeñina que fui, juntas nos vamos otra vez, a la casa de la abuela, a recorrer los pasillos del amplio corredor, el perfume de madreselvas y jazmines nos seduce, paso a paso hurgamos los rincones. 
Si  hasta creímos escuchar un griterío y revoloteo de chiquilines, que nos impulsa rápidamente  al patio. Subyugadas, vemos como en una cámara lenta, los racimos violáceos colgando de las glicinas,  el enorme paraíso con sus flores desparramadas  forma un  grueso tapiz sobre el suelo. Un aroma delicioso a pan se escapa del ventanal de la cocina, respiramos tan hondo, hasta encontrarnos envueltas, apretadas en los brazos tibios  de la abuela Clementina. En ellos todo se vuelve bello un dulce y placentero estar .
Es un viaje maravillosamente reconfortante donde mi alma y mi corazón se aquietan, recobrando la sensación de inmensa paz. El tiempo se detiene como si estuviéramos flotando en el paraíso...La niña que fui y yo abrazadas nos sumergimos en un largo sueño...
Elida Isabel Gimenez Toscanini